La Judería de Córdoba, en el centro de los mundos. Una escapada en familia

Por EDUARDO LÓPEZ ALONSO

No llama a la oración el muecín en la judería de Córdoba. El Islam es historia y la Córdoba del 2015 navega entre las hordas turísticas y la tradición más apegada a la virgen y las palmas, al manjar rotundo, al mosto de Pedro Ximénez y al aceite de oliva extremadamente virgen. Atractivo no le falta a Córdoba y su judería para el turista. Desaparecidos ya casi los rusos y los japoneses, víctimas de los altibajos de las divisas, es el turista autóctono (los que llegan de más allá de Despeñaperros y los vecinos andaluces), el que deambula por las calles. Además de los chinos, los visitantes ricos de Oriente Próximo también llegan a la orilla del Guadalquivir para buscar en el pasado cordobés la inspiración de un pasado común. Y el Islam respira hondo en el centro de la Judería, la Mezquita de Córdoba, patrimonio de la humanidad. Es una isla de fervor religioso en conserva. En su centro, otra ínsula religiosa en forma de catedral, referente de la vida litúrgica diocesana de la Andalucía más carca. Y es que la mezquita-catedral es motivo suficiente para
la visita de la conocida como sartén de Andalucía, pero otros atractivos son los que más llenan el espíritu y el buche.
El AVE ha multiplicado las posibilidades de visita de Córdoba desde otros puntos de la Península. Desde Barcelona, por ejemplo, son poco más de cuatro horas y unos 100 euros ida y vuelta. Fin de semana oxigenante, cuya mejor época para la visita es desde precisamente estos días de febrero y hasta mayo como momento culminante. Inmersión sin complejos en el exotismo indudable de una Córdoba distinguida, cultural y amable, muy dispuesta a acoger al visitante e introducirle en su mundo.

Atravesar las murallas de la Judería supone afrontar la entrada en un parque temático auténtico compuesto por unas enrevesadas callejuelas que unen restaurantes con personalidad, tienducas de suvenires. Un verdadero laberinto con salidas. Una pequeña ciudad dentro de otra corriente. Para los más jóvenes, quizá los mayores atractivos están en la ciudad cosmopolita del exterior del recinto judaico. Para otros, los gozos quedan colmados con ese enclave de tópicos reales, de sueño familiar, de abrazo cálido y familiar que creías olvidado.
La oferta hotelera en el meollo de la Judería es interesante. El NH Amistad sacrifica vistas por enclave y ofrece confort y situación inmejorable a precio según ritmo de Booking. Hay otras alternativas algo más asequibles en los alrededores, todas ellas idóneas para el que ha llegado a la ciudad sin coche propio.
Empieza el viernes por la noche con visita nocturna a la Mezquita de Córdoba. Elegir la noche para el encuentro aporta la dosis de misterio que tan bien casa con el monumento. Imaginar a 44.000 personas rezando a Alá entre las columnas ensalza la obra cuyo exterior no deja boquiabierto.
Tras la cultura de las piedras llega el encuentro con las viandas andaluzas. El lugar elegido es Casa Pepe. Restauración cuidada a posible precio de menú (15 euros), un picoteo de mantel entre artes expuestos. Salmorejo, rabo de toro, croquetillas, el churrito de chocos, el pisto con huevos camperos... Cualquier platillo aúna la tradición cordobesa con el cuidado sin remilgos al cliente próximo a la degustación gastronómica. Buena nota y notables cantidades hasta en las medias raciones.



La mañana del sábado llega sin prisas. Parece que en Córdoba el amanecer empieza cerca de las 11h. En la sartén de Andalucía, con veranos a 48 grados se entiende la calma, pero se ve que en invierno se aplica la misma costumbre pese a que las temperaturas lleguen a las de más allá de los Pirineos. El desayuno te recuerda que estás en otro mundo, pese a estar cerca del tuyo. En un cuidado bar (Gaudí) junto al hotel hay menos pastas de lo deseable pero no importa mucho cuando prefieres la tosta del lugar. Una rebanada de pan plano pasada por la tostadora, bien untada en tomate y aceite de oliva y aderezada con jamón de jabugo. Excelente para afrontar la mañana. Lo curioso es que se sirve con café, que generalmente llega antes a la mesa. Es costumbre del lugar que no les sonroja, así que la posible crítica se transforma en nueva experiencia ingestiva.

Tras el ágape matutino llega el rondo por la zona. Los antitaurinos tienen motivos para escandalizarse, pero Córdoba vive en su mundo marcado por los toros y el flamenco. La visita del Museo del Flamenco (Centro Flamenco Fosforito, en la Posada del Potro) tiene su gracia, especialmente para los que todavía no saben de su complejidad y su historia. Poco más allá, el Museo Julio Romero de Torres. Pequeño pero concentrado. La sensibilidad artística queda colmada en ese mundo pictórico que explica mejor que ningún otro lo que que se ve en las calles del exterior. Esas mujeres morenas que te cruzas en cada esquina y que parecen haber sido retratadas a principios del siglo pasado por el gran maestro del conjugar lo místico y lo terrenal. En la plaza del Potro, otro pequeño tesoro para los aficionados, un luthier de guitarras, Hermanos Peña, que mantiene la tradición de los guitarreros cordobeses y el uso del ciprés español. Buen precio, pese a estar entre los mejores.

Virando al Guadalquivir desde la plaza, en la esquina con el paseo de la Ribera llegamos a otro restaurante destacable, la Taberna del Río. Aconsejan diligentes los camareros que no nos excedamos en la demanda. Las medias raciones son suficientes para colmar las ansias y regocijar los sentidos. En esta ocasión, la mazamorra, una especie de sopa hecha con almendras, rebasa por su radicalidad los umbrales de mis gustos, pero no los de mis acompañantes. El salmorejo con picadura de jamón y el marrajo se acercan a la nota máxima. Las berenjenas, los calabacines, las simples patatas fritas, todo lleva a llevar las humildes viandas a lujo placentero. Al final, sin reparar en gastos, el precio se queda en torno a esa cifra psicológica de los 15 euros o poco más.
Para el café o el aperitivo, ya fuera de la Judería, la plaza de la Corredera parece ideal; al abrigo del viento y expuesta a un sol que calienta más que en ningún otro lugar. Unas porras, una cerveza, un refrigerio durante el paseo que llega en el mejor momento.
De ahí a la plaza de Tendillas, ese centro neurálgico de la ciudad que la mayoría de urbes españolas tienen. En la misma zona, por la noche, una tasca taurina de las de verdad (Pisto) sirve para poner el broche vistoso a esa cocina cordobesa amante del tapeo entre copa y copa. Dicen del lugar que brilla especialmente la croqueta de rabo de toro y doy fé de ello. Pero en la carta siempre caben más descubrimientos. En la entrada puedes tomar una etiqueta como de ropa de moda y colgártela del botón de la camisa si es necesario. Reza así: "En el momento que usted comience a sentir la alegría de vivir y a notar que en este mundo todo es bello y agradable, antes de tomar una copa más, átese esta etiqueta y empiece a gritar. ¡Ole!". En el anverso una advertencia al lector de la etiqueta: "Estoy de juerga. Suplico al que me encuentre, me lleve a casa. Nombre. Dirección..". Córdoba.
Para los que quieran un ambiente más moderno y desenfadado siempre queda la posibilidad de acercarse al mercado Victoria, donde varios lugares aportan el jaleo necesario para la tapa de última hornada. Aire joven, barullo, tacones y ricillos en la nuca. Una copa acompañada de masas antes de cualquier otra cosa.

La mañana del domingo llega más huérfana de multitudes si cabe. El perímetro de la Mezquita de Córdoba se despereza. Los Baños del Alcázar Califal son un buen lugar para esquivar, mientras que alcanzar lo más alto del Alcázar Viejo tiene su gracia. Para los más ansiosos de caminar largo y tendido queda la opción de seguir el meandro del Guadalquivir hasta el campo del Córdoba y el recinto ferial, cruzar el río, pasar por el Campo de la Verdad, volver por el otro lado y llegar a la Judería otra vez por el Puente Romano.

La visita gastronómica de la Judería no puede acabar sin pasar por un restaurante fiel al enclave. Y este fue Casa Mazal. La amabilidad del camarero de nariz ganchuda es preludio de una experiencia de aires antiguos y sabores olvidados. Las berenjenas con miel y semillas de amapola, los salmorejos variados (remolacha, espárragos), el cuscús (mejor el de cordero que el de pollo con cítricos), el espléndido estofado morisco, los panes sagrados blancos y de pasas. Recuperación de especies básicas que dotan de otro aire a lo habitual en el entorno, radicalidad de gustos en algún caso pero exquisitas sensaciones. El combinado de helados (violeta, rosas y té verde) es el colofón a manjares dignos de cualquier exigencia Kosher.

Cuatro horas y media después de la salida del AVE, vuelta al hogar del norte. Lejos pero no tanto de ese sur tópico, calido y amable que se puede saborear de manera más fácil de lo que se piensa, centro del mundo que fue y que sigue allí, a la espera sin prisas del futuro.

Eduardo López Alonso, periodista, ha colaborado generosamente con este blog, por ejemplo cuando fue a Bérgamo. a Oporto o de crucero
 

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